Nuestra percepción implica un flujo de relaciones entre el individuo y el contexto “interior versus exterior” en el que ambos se retroalimentan e influencian. Es, por este cauce sutil, por el que el aspecto de las cosas y los entornos nos transfieren sentimientos y éstos pueden ser de diversa índole, desde los más espirituales a los más prácticos y dinámicos. Los espacios comunican y se convierten en aquello que queremos proyectar, en una prolongación de nuestra identidad.